lunes, 26 de marzo de 2018

Nuble


Hace 3 años presentábamos esta plaquette. A Nuble le tengo un cariño especial. Son los primeros poemas escritos por mí que considero adultos. En realidad, se trata de un largo poema dividido en 6 partes, que por azares de la edición vio la luz en dos bloques, durante la década de los 90: uno en la revista Rolde y otro en un libro con los premiados y seleccionados en el concurso Ciudad de Zaragoza. En esta edición de La Herradura Oxidada (Colección Los Bigotes del Potenkim) aparecieron, por primera vez, como fueron concebidos.

Si a alguien le apetece leerlo, creo que todavía quedan ejemplares de la 2ª edición. Y por el precio de un café con churros.




😉


jueves, 15 de marzo de 2018

El Ebro.


Uno de los pocos recuerdos infantiles que tengo de Zaragoza es un ramalazo de pánico al cruzar el Ebro. Tendría 5 o 6 años y viajaba con mis padres en un 127, ellos delante y yo en uno de los asientos traseros. Siempre me ha gustado mirar por la ventanilla, descubrir paisajes o visionarlos por enésima vez. En el puente de Santiago, un semáforo nos obligó a parar. Entonces miré a la derecha y sentí el ramalazo. Nos hallábamos encima de una masa de agua verde y gigantesca, poderosa. Los ríos anchos y caudalosos me asustan y, al unísono, me hipnotizan. Crecí al lado de un río pequeño y pacífico aunque, como todos los mansos, alguna vez pierde los papeles y sorprende con una riada tremenda. Pero es un río traicionero, con badinas donde los incautos se ahogan. Quizás de ahí venga mi temor instintivo, acrecentado según el tamaño del cauce. Sin embargo, no me sucede lo mismo con el mar. Cuando diviso, de lejos, la pared de agua sí siento un cosquilleo nervioso, pero al llegar a la playa me zambullo como en una gran bañera. En un río de cierto tamaño, en cambio, sólo lo hago si el calor aprieta y con más precauciones.
Cada vez que paso por el puente de Santiago revivo aquel fogonazo de la infancia. Más si, como hoy, el río baja imperial. Resulta paradójico que, de adulto, en mis paisajes zaragozanos preferidos sea indispensable la presencia del Ebro. Incluso viviría a gusto en algunos edificios de sus orillas.

miércoles, 7 de marzo de 2018

Shakespeare y Te recuerdo Amanda

En 1968, Víctor Jara era un reconocido director de teatro. La música adquiría un peso cada vez mayor en su vida, pero aún faltaban dos años para que se convirtiera en su principal ocupación. En ese momento integraba el equipo estable de directores del ITUCH (Instituto de Teatro de la Universidad de Chile), durante el último trienio había ejercido de profesor de actuación en esa misma Universidad y había recorrido América, desde California a Buenos Aires, representando varias obras. Gracias a esa labor, el British Council le invitó a pasar la primera mitad del año en Inglaterra, para que estudiase la metodología de prestigiosas compañías y asistiera a sus ensayos. Una de ellas era la Royal Shakespeare Company, de Stratford-Upon-Avon, la localidad natal del gran dramaturgo inglés. Allí participó en un homenaje a su memoria y recibió una carta donde le informaban de que su hija Amanda padecía diabetes. 


Víctor Jara en el homenaje por el aniversario de Shakespeare, en Stratford-Upon-Avon.
Sumergido en la acogedora atmósfera de la RSC, Víctor tenía muchos amigos entre los actores, a quienes acompañaba durante los ensayos diarios de Dr. Faustus y en sus visitas al pub The Dirty Duck. Uno era Alan Howard, sobrino de Leslie Howard y, en el futuro, el más famoso intérprete de Shakespeare y la voz de Sauron en El Señor de los Anillos, entre otras cosas. Al verlo tan callado y preocupado, Alan le preguntó qué le ocurría. Cuando le contó la enfermedad de su pequeña lo tranquilizó, diciéndole que él también la padecía y que podría llevar una vida normal, a pesar de que aún fuese incurable. Víctor siempre agradeció la ayuda y comprensión que le brindaron. En esa atmósfera de añoranza y melancolía, pero también de amistad y comunión, sentado en la cama de una pensión de Stratford, compuso Te recuerdo Amanda.