martes, 28 de marzo de 2017

75 años sin Miguel Hernández

Hoy hace 75 años murió Miguel Hernández en la prisión de Alicante. Tenía 31 años y 5 meses. Por si a los muy jóvenes nadie se lo ha explicado, fue un poeta que vivió como un ciclón y a quien dejaron morirse como un perro. En 31 años le dio tiempo de ser cabrero, como su padre, formarse en el ambiente clerical y conservador de Orihuela, pasar de escribir tontadas pueblerinas a pergeñar un libro gongorino al que tituló "Perito en lunas", marchar a Madrid con la esperanza de ser poeta, recibir el desdén, por rústico, de algunos señoritos del 27, recibir la amistad y el apoyo de otros como Neruda y Aleixandre, escribir un libro de sonetos magnífico titulado "El rayo que no cesa", sufrir el estallido de la guerra cuando ese libro "Se vendía a borbotones en la feria del libro", hacerse comunista, alistarse y marchar al frente, escribir un vendaval titulado "Vientos del pueblo", volver a la retaguardia de Madrid, ver el festín que montaban sus camaradas artistas, indignarse por el derroche y soltarle a Alberti, en voz alta: "Aquí hay mucho hijo de puta", tener un hijo, regresar al frente, destilar tristeza y amargura, pero también fe en la humanidad, en "El hombre acecha", contemplar cómo se le moría el hijo y le nacía otro, retornar a su pueblo, al final de la guerra, y que algunos de sus "oriolanos del alma", al verlo por la calle, lo denunciasen por rojo, ser encarcelado, sufrir las penurias del presidio, enfermar, componer el "Cancionero y romancero de ausencias", rechazar el ofrecimiento del clérigo Almarcha, su antiguo protector y hombre fuerte en la nueva situación, de que iba a vivir como un rey si proclamaba su adhesión al régimen, agravarse su estado, sin que nadie moviese un dedo por él, y fallecer tal día como hoy de 1942, con los ojos tan abiertos que nadie pudo cerrárselos. 
A Miguel Hernández le tengo un cariño especial, que trasciende lo literario. Desde la adolescencia poseo ese volumen de sus poesías completas, cuya fotografía va abajo. Lo guardo en una estantería protegida por cristal, junto a un ejemplar de mis libros y de algunos pocos más elegidos. Muchas hojas ya están amarillentas, con ese amarillo que tiñe los papeles, metáfora del paso del tiempo, mencionado por él en varias ocasiones. Como le sucede al poema que también subo, el de las tres heridas.


miércoles, 15 de marzo de 2017

De cuando me entrevistaron en un teatro de la Expo.

En este teatro me hicieron la entrevista más surrealista de mi vida (que tampoco han sido tantas, por otra parte). Fue en plena Expo (para los foráneos, la Exposición universal de Zaragoza, en 2008). Aquel día me tocaba participar, a media tarde y en un local en la otra punta del recinto, en una curiosa actividad que mezclaba la poesía y la geografía local. Cada día, un poeta era invitado a glosar la historia y características de un pueblo o barrio para, a continuación, dar un recital con sus poemas. A mí me tocó San Juan de Mozarrifar, barrio cercano a Zaragoza del que sólo conocía el dudoso honor de haber albergado un campo de concentración, tras la guerra civil. Detalle que mencioné sin ahondar demasiado porque, con todos mis respetos para San Juan - de cuyo recorrido secular aprendí lo suficiente para dar la charla y hasta escribir un relato de viajes, aplicando el minimalismo a la distancia kilométrica y el maximalismo a la retórica - lo que me importaba era mis poemas y no deseaba que algún mozarrifense, sentado frente a mí, se sintiera molesto y montara un follón. Por menos he visto arruinar algún acto.


Tras el recital, Luis Felipe Alegre, que oficiaba de maestro de ceremonia, me dijo que un par de horas más tarde acudiera al teatro, que nos iban a entrevistar en directo para Aragón Radio. No me entrevistaban a mí como Miguel Carcasona, aclaro, sino al poeta del día. Me tocó – o eso creo - porque aquella tarde habían decidido incluir, dentro de un magazine dedicado a las actividades que se realizaban en la exposición, lo de los pueblos y la poesía. Así que aproveché para recorrer algunos pabellones – ya adelanto que a mí, esto de la Expo no me entusiasmaba gran cosa, pero como diría Galgo Cabanas “si estás en el baile, bailas” – y cuando declinaba el sol, como escribiría algún colega cursi, acudí a este lugar al aire libre, a ver qué me contaban. Mi primera sorpresa fue encontrarme con el graderío casi lleno de un público en su mayoría femenino y adolescente. Coño, pensé, qué tirón tiene la poesía entre las jóvenes. Me vine arriba. Ya se sabe que quienes vamos de artistas por la vida necesitamos poco para hinchar nuestro ego, de por sí rollizo. La segunda sorpresa fue que el presentador era una antigua estrella de radiofórmula, a quien muchas noches había escuchado en el transistor. La tercera que, al saludarnos a Luis y a mí, manifestó su emoción por conocer a un poeta en persona, algo así como que era la primera vez que estaba ante un poeta de verdad, quiero decir. Todavía dudo a quien de los dos se refería, o si para él formábamos un pack indiscernible, como Hernández y Fernández, los de Tintín. De lo que no dudo es que el hombre no tenía ni repajolera idea de quienes éramos ni de nuestra trayectoria artística. Lo que, en mi caso, se puede calificar de normal, pero en el de Luis Felipe, tras décadas de difundir la poesía a través de El Silbo Vulnerado, de triste. Sobra decir que, con ese desconocimiento de nuestras obras, a pesar de su buena intención respecto a nuestras personas, y más allá de algunas preguntas de cajón, solventó la entrevista como pudo y nosotros respondimos. A secas, porque ni recuerdo lo que respondimos. Sí que recuerdo la presión del graderío femenino y adolescente, a quien estorbaba ese par de viejos que no paraban de parlotear y, mediante un murmullo creciente, como el que suelen soportar los porteros locales en La Romareda, mostraba su deseo de que nos mandara a escaparrar y, por fin, entrara en escena el ídolo de masas, al que aguardaban hacía rato turrándose al sol del verano para coger un buen sitio. Un cantante que podría ser nuestro hijo, estilo triunfito. O algo así.. De verdad que he olvidado su nombre.