lunes, 8 de agosto de 2016

PAUL CELAN Y UN ANCIANO DE HUESCA.


TODO EN UNO

Trece de febrero. En la boca del corazón
despierto schibboleth. Contigo,
Peuple
de Paris.
No pasarán.
Corderillo a la izquierda: él, Abadías,
el anciano de Huesca, vino con los perros
por el campo, en el exilio
se irguió blanca una nube
de nobleza humana, él nos
dijo en la mano la palabra que necesitábamos, era
español de pastores, allí,
en la gélida luz del crucero “Aurora”:
la mano fraterna, haciendo señas con la
venda retirada de los ojos grandes
como la palabra — Petrópolis, la
ciudad migratoria de los inolvidados,
te era toscana también, de corazón.
¡Paz a las cabañas!


En 1962, Paul Celan y su mujer, Gisèle de Lestrange, compraron una casa de campo en Moisville, un pequeño pueblo al sureste de Normandía, de apenas 150 habitantes. Allí conocieron a Abadías, “el anciano de Huesca” que le enseñó su “español de pastores” y al que inmortalizó en este poema, incluido en el libro “La rosa de nadie”. En las navidades de ese mismo año, Celan sufrió una fuerte crisis depresiva e inició su cuesta abajo definitiva. Las causas venían de antaño y eran varias, desde el trauma del holocausto a una acusación de plagio, e intuyo que ya afloraban cuando vieron venir a Abadías, “corderillo a la izquierda (…) con los perros por el campo”.
Daniel Abadías era un republicano exiliado que trabajaba como pastor en Moisville. En el poema simboliza la “nobleza humana” que “nos dijo en la mano la palabra que necesitábamos”. Probablemente, Celan funde su figura con la del profeta Abdías, que predijo el fin del reino de Edom. Con Edom, a su vez, intuyo una identificación del propio autor, en un autorretrato desolado y desolador, fruto de la depresión: abandonado por aliados y amigos, sin la sabiduría que cree poseer, Edom/Celan será arrasado por los ladrones/enemigos. Abadías también representa, quizás, un  ideal de coherencia ideológica y paz espiritual, en contraste con la marejada interior del poeta, para la que sería un bálsamo.
En el poema se mezcla lo personal y lo colectivo, la base ideológica antifascista con fogonazos íntimos, imágenes herméticas que crean una atmósfera de contrastes, un anhelo de paz en un universo violento, sugiriendo más que narrando. Recordemos que, en 1962, la guerra fría se halla en su punto álgido, a punto de convertirse en conflagración mundial con la crisis de los misiles. La hecatombe atómica parece a la vuelta de la esquina. Aún está fresco el cemento del muro de Berlín y, su antítesis, el impacto de la revolución cubana. Los jóvenes del mundo occidental bullen en  movimientos que desembocarán en actitudes públicas contestatarias, más o menos revolucionarias. Es, igualmente, el fin de la mortífera guerra de Argelia, incrustada en el proceso descolonizador, con el impacto que tuvo en Francia, país de adopción de Celan. Una sociedad distinta está germinando, unos modos distintos de relacionarse y de manifestarlos a través de los actos creativos. Un tiempo del que, parafraseando a Vasili Grossman, Celan quizás siente que ya no será hijo, sino hijastro. Las referencias culturales del poema, aunque emotivas, invocan al pasado. Se menciona al “Aurora”, el crucero cuyo cañonazo fue la señal para el asalto al Palacio de Invierno, origen de la Revolución de Octubre, en Rusia. “Schibboleth”, palabra hebrea, con el significado de contraseña que identifica frente al enemigo, unido al “No pasarán” de nuestra Guerra Civil. Intuyo en Petrópolis, “la ciudad migratoria de los inolvidados”,  una referencia a Stefan Zweig y su esposa, que huyendo del nazismo terminaron suicidándose, en 1942, en esa ciudad brasileña, convencidos de la debacle de la cultura alemana y del fin de la civilización. 1942 fue, también, el año en que los nazis detuvieron a los padres de Celan. Su asesinato, poco después, marcó definitivamente al poeta, sobre todo la pérdida de su madre, con la que estaba muy unido.
Allí, en ese momento, apareció Abadías con sus perros y su cordero, “se irguió blanca una nube”. Desconozco si el contacto fue casual o lo mantuvieron en el tiempo. En todo caso, la “paz a las cabañas” no alcanzó a la humanidad, ni mucho menos a Celan, que tras varios intentos consiguió suicidarse en 1970, arrojándose al Sena desde el puente Mirabeau, en París.